El diario del caníbal leproso

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Guillermo Mendoza Saes

Gana sus primeros ingresos como artista, colaborando como letrista y vocalista en grupos de rock mexicanos. Ingresa en la Escuela libre de música y estudia un semestre. Regresa a su manía de escribir y mejor entra a una escuela de periodismo. Luego, estudia la licenciatura en Ciencias de la comunicación, Cine, y Composición dramática, con Hugo Argüelles. Tiene un posgrado en la rama de la educación. Gana un concurso nacional de periodismo del rock, organizado por el diario ‹‹Novedades››. Colabora en la columna ‹‹Cronista de guardia›› del periódico el ‹‹Universal››. También, en múltiples revistas. Trabaja en Televisa San Ángel, en el departamento de control y operaciones. Publica sus libros de cuento y novela.

Agotado

Descripción

¿Se puede justificar el hecho de ser un antropófago?… No debería avergonzarme en ese sentido, actúe como un instrumento de la insensible naturaleza, mi dieta la constituyeron solo los débiles y sus crías. Las víctimas de aquel monstruoso apetito me proporcionaban las proteínas necesarias para vivir; aunque claro, hay que admitirlo, en ocasiones llegaba a vomitar abundantemente… ¿Qué miembro perderé primero?… Ya se me cayeron los dientes, por eso la voz del narrador da la impresión de pertenecer a un anciano, a un viejo decrépito. Ojalá que las piernas fueran la cifra inicial de la macabra resta, así no tendría que seguir sufriendo este tormento atroz. Gasto una energía preciosa en depresiones neuróticas, qué diablos importa la secuencia de desastres, con suerte y los cinco sentidos vayan al frente de la fila… ‹‹Camina, camina, camina››… Soy el bolo alimenticio dentro del intestino de un dios degenerado y cruel, abono para que crezcan las futuras malas hierbas. El clímax mortal dio inicio, acabo de perder una oreja, lástima que no encarno a Van Gogh; de todos modos, hace tiempo que dejó de servirme, pues siempre fui sordo a las palabras necias, y de las sabias, probablemente escuché más de la cuenta y a destiempo. Ahora es el turno de la nariz, se está desintegrando y tampoco me sorprende, pues lo mismo que Baudelaire, abusé de sus capacidades, atrofiándola con el perfume de ‹‹las flores del mal››. Los ojos cuelgan de las cuencas sin decidirse a caer, burlándose de dioses y demonios, al desafiar a un horizonte oscuro y torcido…

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